42.195 metros, el capricho de la familia real

42.195 metros, el capricho de la familia real

Más que conocida es la leyenda que origina el maratón, con la distancia aproximada de 40 kilómetros entre Maratón y Atenas recorrida por Filípides. Aunque ni la distancia, ni las ciudades de origen y llegada, sean las que certifica la historia, como ya escribimos en (El verdadero maratón tiene 246 kilómetros).

Sin embargo, hay que tener en cuenta que en los Juegos Olímpicos de la antigüedad jamás se compitió sobre esa mítica distancia. Tuvo que ser con la instauración de los Juegos Olímpicos modernos, bajo la batuta de Pierre de Coubertin, cuando el Comité Olímpico Internacional fijó el Maratón en “alrededor de 40 kilómetros”, lo que lo dejaba abierto a los organizadores dependiendo de la ruta. De hecho, el maratón de los Juegos Olímpicos de Atenas (1896) tuvo 40 kilómetros exactos: entre el Puente de Maratón y el Estadio Olímpico de Atenas.

El cambio decisivo llegó en los Juegos de Londres (1908), cuando por primera vez en la historia se corrieron 42.195 metros. ¿Qué ocurrió exactamente? Pues que la Familia Real Británica tuvo un peso decisivo para que diseñaran un recorrido a su antojo...con 2.195 metros suplementarios.

En primer lugar, al unir el Castillo de Windsor (residencial real) y el estadio de White City (Londres) se aumentaba sensiblemente la distancia, para situarnos en 26 millas: 41 kilómetros y 843 metros para ser exactos. Y es que Jorge V, entonces Príncipe de Gales y más tarde Rey,  y su esposa quisieron que la carrera comenzara en los mismos jardines del Castillo para poder ver la salida cómodamente. Según dicen la malas lenguas, en realidad deseaban que sus hijos vieran tranquilamente desde su habitaciones cómo partían los atletas sin tener que mojarse ni mezclarse con la plebe.

Los 352 metros finales restantes fueron añadidos para que la meta estuviese colocada ante el palco presidencial del estadio, justo frente a la Reina Alexandra, madre de Jorge V. Lo curioso es que inicialmente se había planteado que dentro del estadio se harían 536 metros en vez de 352. Y es que debían entrar por la Puerta Real del Estadio y dar una vuelta más a la pista antes de llegar frente al Palco Real. Sin embargo, en la Puerta Real se había bloqueado el túnel que llevaba a la pista (habilitado para el carruaje de Sus Majestades), por lo que dicha entrada ya no podía servir a los corredores. La solución fue usar una puerta al otro lado del estadio, obligando a los corredores a girar en sentido contrario a las agujas del reloj, y reduciendo la vuelta final a 352 metros, resultando los 42.195 metros que hoy conocemos. Sin ese cambio de última hora...¡Hoy el maratón tendría 42.379 metros!

Lo cierto es que esta modificación, a priori insignificante, trajo consecuencias en la carrera de Londres. El italiano Dorando Pietri entró destacado en el estadio, aunque tomó la dirección incorrecta. Tuvo que darse la vuelta, pero exhausto fue incapaz de avanzar. Le ayudaron a llegar hasta la meta, pero acabó siendo descalificado y perdió el oro olímpico. Cabe decir que en los siguientes Juegos Olímpicos la distancia siguió siendo arbitraria. Y no fue hasta el año 1921, cuando la Asociación Internacional de Atletismo estableció los 42,195 kilómetros como la distancia oficial para todos los maratones. 

La conclusión final es que la Familia Real británica es la gran culpable de que la barrera de 2 horas parezca infranqueable a día de hoy. Y es que sin esos 2.195 metros suplementarios, los africanos que alguna vez han bajado de 2.06 serían sub-2 de calle. ¿God Save the Queen? Quizá se pregunten muchos maratonianos tras leer este artículo. Seguro que más de uno maldice la sangre azul que corre por sus venas. Pero no vale la pena enfadarse. God Save the Marathon

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