Abebe Bikila, el guerrero descalzo

Abebe Bikila, el guerrero descalzo

Nacido al sur de Etiopía (Mout, 1932) en el seno de una pobre y numerosa familia campesina, se enroló en el ejército con 17 años y llegó a formar parte de la guardia personal del emperador etíope Haile Selassie. Por suerte, un entrenador sueco le descubrió durante un periodo de instrucción y le cambió la vida. De hecho, no empezó a correr, de forma metódica, hasta que tuvo 24 años. Pero su talento era tan descomunal (ganó 12 de los 15 maratones en los que tomó parte) que los éxitos no tardaron en llegar.

Sólo había corrido dos maratones antes de los Juegos Olímpicos de Roma (1960), pero fue capaz de dar la campanada ganando el oro con récord del mundo (2:15'16). Lo hizo descalzo, una imagen que dio la vuelta al mundo y que aún despierta admiración en nuestros días. Además, firmó su gesta en plena descolonización en un país que, bajo el yugo de Mussolini, colonizó su querida Etiopía. Dos son las teorías que explican su voluntad de correr con los pies desnudos. No se adaptaba a las zapatillas que le dieron para la gran cita (las suyas estaban desgastadas) y optó por la decisión más estrambótica. Otra explicación es que su entrenador comparó sus tiempos calzado y descalzo, decantándose por la última opción.

Cuatro años más tarde, ya calzado, volvió a exhibirse en un maratón olímpico (Tokyo 64’), con nueva plusmarca mundial (2:12'11) y convirtiéndose en el primer atleta de la historia en retener el título olímpico de la distancia. Sin embargo, no lo había tenido nada fácil en los meses anteriores a la cita japonesa. Y es que Bikila fue acusado de haber formado parte de un complot militar, del que en realidad nunca fue integrante, y tuvo que pasarse algunas semanas en la cárcel. Por si fuera poco, un mes y medio antes de la carrera, le operaron de apendicitis. Sin duda, un héroe que se crecía antes las dificultades.

Pero la desgracia volvió a cruzarse en su camino, para no abandonarle hasta sus últimos días. En México ’68 tuvo que retirarse del maratón olímpica (en el kilómetro 17) por culpa de una lesión. Y lo peor estaba por llegar. Un año más tarde, sufrió un grave accidente al perder el control de su coche cuando quería esquivar un grupo de estudiantes. Salió despedido del mismo y permaneció hasta la mañana siguiente tendido en el suelo, sin poder moverse. Estuvo ingresado ocho meses en un hospital de Londres, del que salió en silla de ruedas. Una hemorragia cerebral acabó con su vida el 25 de octubre de 1973, con sólo 41 años. "Fue la voluntad de Dios que ganase en los Juegos Olímpicos, y fue la voluntad de Dios que tuviera mi accidente. Acepto esas victorias y acepto esta tragedia. Tengo que aceptar ambas circunstancias como hechos de la vida y vivir feliz", dijo poco antes de morir, con una lucidez y serenidad admirable. Como no podía ser de otro modo, fue enterrado en loor de multitudes.

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