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Camino a la escuela, corriendo

Recientemente se ha estrenado el documental “Camino a la escuela” donde se cuentan las historias de cuatro chavales que recorren grandes distancias para ir al colegio. Y no lo hacen en transporte público ni acompañados por sus padres: van al colegio corriendo, a caballo o incluso en una silla de ruedas empujada por sus hermanos.

Uno de los protagonistas es de Kenia, donde se conoce desde hace años que muchos campeones olímpicos iban corriendo a la escuela todos los días. La verdad es que no solo los campeones tenían esta rutina y hablo por conocimiento propio. A continuación tenéis la ruta que hacía mi mujer (que no es atleta) para ir a la escuela primaria, cerca de la ciudad keniana de Eldoret.

El colegio empezaba a las 8 de la mañana y ella se levantaba sobre las 6, cuando despertaba el día. Como la mayoría de niños, tomaba un poco de desayuno y ayudaba algo en casa para después preparar las cosas y marchar hacia la escuela. A falta de relojes, la posición del sol servía para saber si iba bien de tiempo o no (esto era muy importante porque el colegio tenía un encargado de “disciplinar” a los que llegaban tarde). Además, a medida que se acercaban al colegio se iban encontrando a más niños y, si no era así, significaba que llegabas tarde.

La distancia entre la casa de mis suegros y el colegio era de casi dos kilómetros y medio. Caminando, esta distancia se recorre en una media hora incluso para una niña (si no se despista) pero corriendo el tiempo es mucho menor. Correr es el as en la manga que tienen los niños para ganar tiempo. Un tiempo muy valioso que se puede utilizar para jugar o para dormir más, claro. Por lo tanto, si mi mujer iba corriendo al colegio, en lugar de 30 minutos seguramente sólo tardaría 15. Pero otros ahorraban mucho más tiempo, ya que vivían bastante más lejos. Hace falta remarcar que si iban caminando llevaban los zapatos puestos pero si tenían que correr, iban mucho mejor descalzos.

El problema llegaba a la hora de la comida. Algunos niños se quedaban a comer en el colegio pero no mi mujer. Ella salía de clase sobre las 12:30 y tenía hasta las 14:00 para ir a casa, comer y volver a tiempo para no ser castigada.

El viaje del final del día era quizá el más placentero y el que se demoraba más. Llegar pronto a casa estaba “recompensado” con tener que ayudar en las tareas así que la mayoría de los niños se lo tomaban con mucha calma y, en la mayoría de los casos, nunca volvían corriendo. No en vano era la cuarta vez del día que tenían que hacer los mismos kilómetros.

Al llegar al viernes, mi mujer había recorrido unos 50 kilómetros, la mayoría de ellos corriendo. Y así una semana tras otra, un año tras otro.

Resulta curioso observar qué diferentes éramos hace unos años y qué diferentes son todavía algunos lugares del planeta.

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