Unas décimas de segundo bastan para que tu vida de un giro de 360º, para que todo se paralice, para que te toque volver a empezar. Una simple torcedura que provoca que tu tobillo y ligamentos se partan en dos. Pocas semanas antes de completar tu quinta maratón, cuando más en forma te encontrabas, cuando más habías trabajado para asaltar tu MMP.
Cinco días después vuelves a casa con una placa y seis tornillos intentando asumir que tienes por delante una muy larga y complicada recuperación. En tu cabeza retumban las palabras del traumatólogo en las que te informa que será muy difícil volver a correr. Días de maldecir tu mala suerte, de desear que el tiempo retroceda, de llorar en soledad. De aceptar que necesitas ayuda constante, de tener que guardar todos tus objetivos deportivos y laborales en un cajón.
775 días de interminables sesiones de recuperación, en los que aprendes a convivir con unas muletas y te toca pasar por una segunda intervención. Jornadas llenas de dudas, de retrocesos y ejercicios de rehabilitación. De convertir en un mantra la frase “volverás a hacer lo que quieres hacer sólo es cuestión de tiempo, trabajo y confianza”.
Un año y cuatro meses después llega el regalo a tanto a esfuerzo y perseverancia y vuelvo a colgarme un dorsal de una media maratón. La elegida sin duda es la de Barcelona. Volver a correr por las calles de mi ciudad, junto a mi gente y se convierte en la mejor forma de cerrar el capítulo de mi lesión. Una fractura que me ha hecho más humilde, más agradecida, más tenaz.
La tarde anterior la paso con nervios e inseguridades propias del día previo a una competición. Asombrosamente duermo sin sobresaltos y con mucho tiempo llego a la línea de salida para acceder a los cajones sin problemas. Antes del pistoletazo de salida vuelvo a sentir nervios en el estómago, intento visualizar el recorrido y me repito sin parar que el único objetivo de hoy es el de disfrutar de cada zancada sin estar pendiente del crono.
Me siento muy tranquila al tener de liebre a mi hermana gemela consciente que va a saber leer con una sola mirada como me encuentro a lo largo de toda la carrera. Al pasar por el arco de salida me emociono y lloro al notar que de nuevo vuelvo a sentirme atleta.
Salida tranquila y en los primeros kilómetros me cuesta mucho mantener el ritmo que hemos acordado. Mi cuerpo se siente torpe y las malas sensaciones se hacen notar. El dolor en el tobillo me recuerda que quizás aún no estaba preparado para correr una media maratón. Tras pasar por el primer avituallamiento empiezo a sentirme mucho más cómoda a la vez que me anima saber que vamos picando los kilómetros más rápido de lo que habíamos acordado.
En el km9 saltan todas las alarmas al cruzarse un chico ante mi provocando que pise de forma incorrecta con mi tobillo operado. Aparecen los fantasmas, las dudas y siento un dolor que se va incrementando a medida que van pasando los kilómetros. A partir del km12 trabajo contra mi mente para silenciar las inseguridades, para cortar el bucle en el que me estoy hundiendo y decido concentrarme únicamente en cada uno de mis pasos.
Mi liebre tiene que recordarme a menudo que no me acelere más de la cuenta, que no corra haciendo la goma, que me hidrate correctamente, que disfrute del ambiente. Cada vez que alguien lee mi nombre en mi dorsal logra erizarme la piel. En el km17 me doy cuenta que estoy muy, muy cerca de conseguir cruzar la meta y me invade de nuevo la emoción.
Como si de una película se tratase pasan por mi mente todos estos meses de esfuerzo, de trabajo persistente, de hacerme fuerte ante la adversidad. Y me acuerdo de tantas y tantas personas que me han ayudado, cuidado y no han dejado que en ningún momento bajase los brazos y abandonase mi sueño de volver a correr. Y no dejo de pensar en mis hijos y en su frase de la noche anterior “mamá, acabes o no mañana, para nosotros ya has ganado la carrera”.
A partir del kilómetro 19 sonrío a cada persona que me anima, gozo de cada paso y no paro de repetirme “sólo era cuestión de creer en ti”. Mi hermana me propone acelerar el ritmo y disfrutamos de los últimos kilómetros del ambiente de fiesta que ha conquistado las calles de la ciudad. A escasos 300 metros de la meta veo a mi marido y le grito con alegría desbordada “lo hemos conseguido, he vuelto a correr”.
Al cruzar el arco de meta me fundo en un abrazo con mi hermana, lloro como una niña y miro al cielo recordando a los que ya no están. Muerdo con rabia la medalla y disfruto del momento con el que he soñado tantas veces durante mis sesiones de recuperación.
Hoy por primera vez soy consciente que empieza mi camino hacia mi quinta maratón.