El ligamento cruzado anterior

El ligamento cruzado anterior

El ligamento cruzado anterior, junto con el cruzado posterior, confiere estabilidad a la rodilla en los movimientos de rotación y de flexión y extensión. La estabilidad lateral está gestionada por los ligamentos laterales (interno y externo). Mientras que el cruzado anterior va de la parte posterior del fémur a la anterior de la tibia; el cruzado posterior va de la parte anterior del fémur a la posterior de la tibia. Y porque se cruzan a mitad de camino en forma de X se les llama cruzados. Más fácil, imposible.

Los dos ligamentos son fuertes pero suele lesionarse más el cruzado anterior. La mayoría de veces la lesión es traumática y consiste en un bloqueo de la pierna (el pie queda encajado en algún sitio) sumado a la torsión del resto del cuerpo a través de la rodilla, que se encuentra bloqueada. Son ejemplos típicos las entradas por detrás en el fútbol, el cruce de los esquís en medio de una bajada o un traspié muy mal salvado en un descenso de trail.

¿Es necesario operar?

Dependiendo del grado de lesión del ligamento y del tipo de actividad del paciente, el médico puede opinar que la operación no es necesaria. La función del ligamento es la de dar estabilidad y la estabilidad depende de la exigencia de nuestra actividad física. Si el paciente es mayor y realiza poco ejercicio inestable, lo operación está contraindicada. Pero si el paciente es muy activo y el ligamento no cumple bien su función, lo mejor será que se reconstruya.

De todos modos, siempre será aconsejable un refuerzo muscular. Si el ligamento lesionado es el cruzado anterior, habrá que centrarse en los isquiotibiales. Si, por el contrario, es el cruzado posterior, lo más importante será el cuádriceps. Esta diferencia se debe a la dirección de las fibras de cada ligamento. El anterior “evita” el desplazamiento de la tibia hacia delante, igual que los isquiotibiales. Y el posterior “evita” el desplazamiento de la tibia hacia atrás, igual que el cuádriceps.

Tipos de operaciones

·         Hueso-tendón-hueso: se recorta un trozo del tendón rotuliano que en los extremos lleva un poco de hueso de la rótula y otro poco de la tibia. A veces se consigue de un cadáver, pero lo más habitual es que sea del propio paciente.

Se practican agujeros tanto en la tibia como en el fémur y se fija con clavos este trozo de tendón rotuliano. Con el paso de los días, los huesos sueldan con los nuevos injertos y el tendón rotuliano cumple la misión del ligamento cruzado anterior (mientras que el resto del tendón rotuliano se ha cicatrizado sobre sí mismo y funciona como antes).

Podéis ver una simulación de este tipo de técnica aquí.

·         Injerto semitendinoso-recto interno: el semitendinoso es uno de los músculos que forman los isquiotibiales (el más interno de los tres) y el recto interno es un músculo del grupo de los aductores. Ambos, junto con el sartorio, forman la famosa pata de ganso.

En este caso, la reconstrucción consiste recortar un poco de los tendones de ambos músculos y trenzarlos entre ellos para que sean más resistentes. Una vez se consigue la trenza, el proceso es muy similar al método hueso-tendón-hueso, con los agujeros en la tibia y en el fémur para colocar el nuevo “ligamento cruzado anterior”.

A día de hoy, los dos métodos son igual de efectivos y se usan casi por igual. Quizá con el tiempo se deje de lado el hueso-tendón-hueso por culpa de los dolores que algunos pacientes notan en la zona de la rótula.

En todo caso, la reconstrucción es posible y, aunque pasarán meses después de volver a correr, no todo está perdido y hay muchos deportistas que han vuelto a la normalidad después de pasar por el quirófano.

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