Encerrarte en un local climatizado para ejercitar la musculación es de cortos, para no alargarme. Toda piedra hace pared y cada nuevo gimnasio en la ciudad da más pavor que el anterior. Estar musculado sólo sirve para dos cosas: para hacer el gualtrapa en la playa y para subir bombonas de butano si vives en un séptimo piso. Las dos cosas lamentables, por cierto. Las personas civilizadas tienen gas ciudad en casa, y a la playa se va cubierto con una sábana y rodeado de una valla de cinco metros de altura; para no ver a nadie y sobre todo para no tener que relacionarte. Pagar un gimnasio para ir a sudar es un acto contrario a la inteligencia y a la elegancia; exactamente igual que pagar para ir a ver al Espanyol, o lo que es peor: pagar para verlo fuera de casa. ¡Qué desastre!
Un hombre de verdad sale a hacer deporte al aire libre y preferiblemente desnudo. Yo siempre salgo desnudo y nunca más tarde de las seis de la mañana. Cuando voy al gimnasio lo hago para leer a Kant y a Tolstoi, sólo leo a grandes autores y a mí, valga la redundancia. El tío más listo de un gimnasio te hace quince errores de sintaxis en una redacción de tres líneas; eso te lo hace el listo, después viene el tonto. A mí el gimnasio me paga por ir. Como cliente me pagan 4.500 euros al mes: 4.000 por alfabetizar a los clientes recitando a los clásicos y 500 por guapo. Las tengo a todas medio tontas, y el director del gimnasio —que es un lince— lo sabe, por eso me paga. Ayer mismo se cayeron dos nenas bien monas justo delante de mí. Con el rollo de leer a Kant y las miradas de inteligencia máxima que les echo se me van todas al suelo, pobres. Van todas con la nariz bien roja.
Al gimnasio se va a leer, y como mucho, a dar la extremaunción a los que van a caer en la clase de spinning. El sitio más tenebroso de la Tierra es una sala de spinning, seguida muy de cerca por la sala de musculación. No ha salido ninguna idea mínimamente defendible de una sala de spinning. Pensadlo. El único ejercicio que un hombre tiene que hacer en un gimnasio es levantar el brazo para que te traigan otro café. Un hombre como dios manda también puede ir a tomar vapor caliente en la sauna, pero siempre fumando y como mucho diez minutos, sin dormirse. Ducha fría y después al hall, a seguir leyendo, a seguir haciendo media con tanto bárbaro. He comprobado que leer a Tolstoi y ver a tanta nena mona sudadita me pone muy marrano; me entran ganas de aprovechar la lubricación natural que les ha dado el esfuerzo para penetrarlas. Que cerdito me pongo, por el amor de Dios. Normalmente este impulso tan teenager queda anulado porque Lev Tolstoi me cautiva con algún pasaje excepcional y me olvido de las mallas grises sudadas por la zona de impacto. Y si Tolstoi no me quita de la cabeza ese picor severo, me pongo a rezar. La cosa principal es no hacer deporte en el gimnasio.
Si quieres adelgazarte: lee. Primero se quema la grasa del cerebro, pensando, y luego ya podrás salir a correr y a hacer flexiones. La gente lo hace al revés, como todo, de hecho: quieren adelgazar haciendo ejercicio sin haber leído antes las obras completas de Borges y después pasa lo que pasa: que acaban en un gimnasio pagando por sudar. No hay nada más espantoso que un hombre con camisa marcando pectorales, por no hablar de los que marcan cuádriceps con bermudas. Al gimnasio no tienes que ir para nada, sólo a escucharme, y siempre en escrupuloso silencio y tomando notas.
Autor: @cesarlopama