Permítanme ser tan directo. Pero así lo creo, lo percibo y lo certifico en cada carrera a la que me aproximo como corredor, como periodista o en calidad de responsable de comunicación. Las carreras en España no son caras, aunque los dorsales hayan disparado sus precios -igual que todos los productos, bienes, servicios y consumibles del mercado-. Por eso me reitero: no son caras. Y escribo estas líneas habiendo pagado 130€ por el dorsal de la pasada edición del Maratón de Valencia y a pocos días de cumplir 15 años como corredor popular.
Créanme, detrás del coste de un dorsal hay una ingente cantidad de trabajo, personas y esfuerzo con frecuencia desconocido para quien paga. De ahí ese pensamiento generalizado y aceptado, y para mí, completamente desatinado. Es necesario conocer cómo se construye una carrera, cuánto tiempo, dinero y salud se invierte para que, llegado el domingo señalado, todo esté en su sitio y a su hora de la mejor manera posible.
Y es que cualquier carrera de cierta entidad y tamaño comienza sus preparativos apenas días después de finiquitar la anterior edición. No suele haber margen para el descanso ni para el recreo. Los tiempos para obtener los permisos necesarios son tremendamente exigentes. También hay que acordar una fecha que no solape los intereses de ningún ayuntamiento, institución o evento paralelo que desee celebrarse en esas fechas del calendario, algo que no siempre es posible. Incluso, en ocasiones, la fecha tiene que ser modificada por causas ajenas al propio organizador (con el consecuente enfado de los inscritos).
Una carrera no es su bolsa del corredor
Cometemos el error habitual de juzgar a una carrera por su bolsa del corredor, como si el valor del dorsal residiera en dos piezas de fruta, un caldo de cocina y una camiseta transpirable. No. Necesitamos más cultura atlética. El valor de una carrera está en paralizar una ciudad como Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Zaragoza o Donosti durante ocho horas para disfrutar a zancadas de sus calles cortadas al tráfico. Y del equipo sanitario que se despliega a lo largo del recorrido para cuidar de nosotros. Y, por supuesto, del equipo humano que invierte su tiempo y ofrece su cariño (muchas veces a cambio de un bocadillo y una camiseta) para brindarnos la oportunidad de disfrutar de esos recorridos de lujo.
Me sorprende observar prácticamente cada semana críticas exacerbadas de los participantes a las pruebas a las que se inscriben. Quejas como el horario de la salida de la carrera o un cambio en el recorrido, como si esas decisiones fuesen tomadas al azar por el equipo organizativo o no respondiesen a motivos con argumento. Seamos empáticos y razonables. El director de carrera y su equipo son los primeros interesados en ofrecer el mejor producto, en tener el recorrido más bonito y los mejores servicios. Lo desean mucho más que cualquiera de los que corren. Pero es que todas esas decisiones, en muchas ocasiones -muchísimas- no dependen de ellos, sino de terceras personas: Ayuntamiento, gobierno local, Tráfico, Medio Ambiente, etc. Sí, demasiados eslabones influyendo en una ecuación más compleja de lo que parece.
Tiempo, salud e inversión económica
Del mismo modo, el recorrido de una prueba siempre está sujeto a posibles obras en la vía pública, a no solapar otras actividades que quieran organizarse en esa misma fecha y a otros muchos criterios -a veces políticos, insisto- en los que no es necesario profundizar para comprender que un evento siempre ofrece lo mejor que le permiten (y que no suele coincidir con lo que realmente se desea). Esto es aplicable a las carreras de montaña, cada vez más condicionadas por las diferentes variables ambientales.
Organizar una maratón, una media, una prueba de 10 km, un trail o cualquier carrera con cierta personalidad implica muchos quebraderos de cabeza, muchas negociaciones, cientos de gestiones, de contratación de servicios, inversiones, reuniones y preparativos. Tiempo, tiempo y más tiempo. Y el tiempo de las personas es dinero y hay que pagarlo.
Cuando crean que el precio del dorsal de una carrera es caro porque solo encuentren una manzana y un Solán de Cabras en la bolsa de meta, piensen en lo siguiente: dispositivo sanitario, dispositivo de seguridad, permisos de tráfico, permisos del gobierno local, protección civil (o GREIM o el cuerpo que corresponda), seguro de accidentes, seguro de responsabilidad civil, logística, infraestructuras (vallados, generadores, arcos, etc), montaje y desmontaje, unidades móviles, alquiler de espacios, avituallamientos de carrera, cronometraje, señalización, homologación de recorrido, equipo de sonido, comunicación, plataformas digitales y otras muchas partidas no planificadas para cubrir imprevistos.
Ni siquiera he hablado de gastos variables -y en algunos casos prescindibles- como puede ser la camiseta conmemorativa, trofeos o medallas, fotógrafos, speaker, árbitros o jueces federativos o campañas de marketing. La lista de gastos es interminable.
Si tenemos en cuenta la inflación general de todos los sectores a lo largo de estos dos últimos años, la subida del coste de los dorsales es, en realidad, proporcional al de las inversiones necesarias para organizar al evento. De verdad, créanme: el tiempo y la energía que se gasta en preparar una carrera de grandes dimensiones «no está pagado». Cuando nos inscribimos a una media maratón por 30 o 40€, no estamos pagando los cuatro productos de la bolsa del corredor (que además suelen ser gratuitos para la organización por los acuerdos con los patrocinadores); estamos pagando todo lo que no se ve ni se come ni se usa.