fbpx
PUBLICIDAD Noticias Mega 1

Manifiesto por la milla

Empezaría mintiendo si dijera que la milla es una distancia que mola. La verdad es que no. Primero porque es rara -1.609 metros- y en Europa está en desuso, y segundo porque no es épica. No nos engañemos, correr un kilómetro y medio no impresiona. No puedes ligar contando que has corrido mil seiscientos metros, aunque lo hayas hecho muy muy rápido. Además, la milla te hace sufrir y por lo general sufrir no apetece. Porque al igual que el resto de las distancias del mediofondo, la milla es agónica y poco heroica para el vulgo.

Ahora sí, tras el ataque inicial de honestidad y sin pretensión de convencerte de nada, allá va mi proclama. La milla es una de las distancias más románticas que existen. ¿Por qué? Precisamente por ser tan excéntrica y poseer ese carácter tan evasivo. Son como las bolas del dragón: están contadas y cuesta encontrarlas. El calendario está lleno de diezmiles y maratones, pero no de millas. Por eso cada ocasión de participar en una es una oportunidad imperdible.

La milla es el milquinientos de la gente. Porque te permite sentirte Mo Katir por un día, o Adel Mechaal, o Mario García Romo, da igual. Nunca te cuelgas un dorsal para correr tan poco tiempo ni con tanta intensidad. Pero claro, te exige pensar. Porque la milla no da segundas oportunidades. Correr 1.609 metros te obliga a ser escrupuloso con el ritmo, a estudiar cada cambio de marcha, a no ser imprudente. Es necesario correr con la adrenalina de un piloto y la precisión de un cirujano.

Para valorar la milla tienes que amar el atletismo, no te queda otra. Porque para madrugar un domingo de septiembre y desplazarte al centro de Madrid a correr unos pocos minutos hay que tener verdadera pasión. Por suerte, 70 años después de Roger Bannister, todavía quedan corredores románticos. Y no pocos.

Roger Bannister, el mesías de la milla

Cualquier abuelo cebolleta del atletismo puede hablar con entusiasmo de Roger Bannister. Este fondista británico, a la postre neurólogo deportivo de gran prestigio, convirtió a la milla en la mayor de sus obsesiones. Al término de la segunda Guerra Mundial la mejor marca conocida en la disciplina era de 4:01. Llevaba nueve años sin batirse. Obviamente, el conflicto bélico ayudó a ello. Por lo que el mito de los cuatro minutos, con la inestimable ayuda de los cronistas de la época, empezó a alcanzar dimensiones casi marketinianas. Algo similar al Breaking-2 de nuestros días. Y claro, Bannister no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de hacer historia.

Consagrado como uno de los mejores mediofondistas del planeta, ya era un referente en Gran Bretaña. En los Juegos Olímpicos de 1952 había sido cuarto en la final del 1.500, pero su registro -y el de otros siete atletas más- rebajó con creces el anterior récord. Así se llegó al día que se escribió una página memorable en los libros del atletismo, el 6 de mayo de 1954. Fue en las pistas del estadio de Iflley Road, Oxford, donde Bannister detuvo el cronómetro en 3:59,4. Se convertía en el primer hombre de la historia en conseguir lo que decían que era imposible.

Caprichos del destino, tan solo mes y medio después de la gloria que tanto tiempo estuvo buscando, al bueno de Roger le levantaron el récord. Fue el australiano John Landy, en Finlandia, con 3 minutos y 58 segundos. Nadie que bajase de los cuatro minutos en toda una década y en tan solo 46 días se batió la marca dos veces. Atletismo.

La milla, una unidad de medida con valor intrínseco

Posiblemente conozcas que en Marbella existe un lugar llamado la Milla de Oro, junto a Puerto Banús. Un pedacito de tierra asomado al mar que abraza las fincas más codiciadas de la provincia de Málaga. En Madrid la Milla de Oro se extiende por la calle Serrano tejiendo una red de establecimientos con las firmas más exclusivas. También hay una Milla de Oro en la Ribera del Duero, donde nace una de las denominaciones de origen vinícola más ilustres de España. Estamos de acuerdo entonces en señalar que de manera más que habitual se recurre a la mítica distancia atlética de los 1.609 metros para dotar de valor y prestigio a un paradero.

Bien, corriendo una milla, contrariamente a lo que podías pensar, sucede lo mismo. Te aporta valor como atleta, aunque no puedas presumir igual que lo haces con un maratón. No está la milla hecha para el postureo, desprende más pureza que todo eso.

Porque correr una milla es homenajear al deporte más ancestral del planeta. Un festejo. Un elogio a los romanos que inventaron esta unidad de longitud que, por entonces, equivalía a mil pasos. Un poco a ojo, claro. Y que los anglosajones después de mucho discutir establecieron con precisión en 1.609,344 metros. Si nos vamos a poner puntillosos, que sea hasta el final.

Así es la milla, una disciplina tan prodigiosa que tiene su propia newsletter. Como lo lees. Al otro lado de esa pantalla hay un tipo con el alma de Roger Bannister y casi con su cuerpo. Bueno, quizá no está tan fino, pero en marketing le gana. De lo de «nunca te acostarás sin saber una cosa más» ya se encarga él todas las mañanas. Ideal para echar el rato mientras desayunas.

PUBLICIDAD Noticias Mega 4