Pues sí, esa soy yo. Reincidente. Y es que, como muchos corredores habituales, hago caso omiso a las primeras señales que me manda el cuerpo y cuando le escucho, es cuando ya grita.
En pocas palabras: lesión -todavía por definir de qué tipo y entidad del daño- en la inserción del isquio y glúteo.
Y ahora, que el daño ya está ahí, me pregunto ¿porqué somos tan tozudos, los corredores populares, que hacemos oídos sordos a las primeras advertencias? Seguimos entrenando a toda costa, negando lo evidente y pensando – y esperando – que la molestia cese y desaparezca tal y como ha venido.
Pero, desgraciadamente, no suele ser esa la dinámica… en mi caso, como ejemplo, tras un entreno intenso de series -24 x 200m para ser más exactos- noté una molestia en un punto muy delicado, en la inserción glúteo-isquio. Al estar parada o rodar muy suave en principio no molestaba, pero con el paso de los días empezó a dar más señales de aviso, y que yo ignoraba. Al empezar a rodar, lo notaba. Estaba ahí, pero pasados unos minutos, en caliente, desaparecía. O mejor dicho, quedaba enmascarado.
Hasta que, tras la carrera bastante exigente del pasado domingo, el dolor se manifestó en todo su esplendor y ya de forma constante, incluso al andar: llamada urgente al fisio para pedir hora y cambio de tipo de entrenos; pasamos a la bici… es lo que toca por hacer oídos sordos.
Y me pregunto: ¿de esta aprenderé o una vez recuperada seguiré “sorda”?