El último fin de semana vimos en la Diamond League de Estocolmo una escena que la prensa ha calificado como vergonzosa, surrealista, caótica, insólita e idiota, entre otros calificativos.
Durante el evento masculino de 400 metros vallas, un grupo de activistas ambientales del colectivo A22 Network irrumpió en el Estadio Olímpico de Estocolmo y desplegó dos pancartas sobre la pista de atletismo, interrumpiendo el paso de los corredores que debieron esquivarlos para llegar a la línea de meta. Las pancartas mostraban un mensaje escrito en sueco que reclamaba la prohibición de la extracción de turba, un material orgánico utilizado como sustrato para la producción de hortalizas.
Tre personer i sportaktion idag störde herrarnas 400 meter häck under @Bauhausgalan. Om vi menar allvar med omställningen är det självklart att torvbrytningen ska förbjudas, säger Frida 39-årig ingenjör som arbetat med Läkare Utan Gränser i Etiopien. #förbjudtorvbrytning pic.twitter.com/q4npLPWsB3
— Återställ Våtmarker (@vatmarker) July 2, 2023
Entre los corredores que disputaban la prueba estaba el plusmarquista mundial y campeón olímpico Karsten Warholm, quien se mostró muy enfadado por lo ocurrido. «Honestamente, estoy cabreado», dijo el noruego momentos después de finalizar la carrera. «Está permitido protestar, pero esta no es la forma de hacerlo. Es una falta de respeto a los que están aquí para hacer un buen trabajo». Minutos después un periodista bromeaba y le preguntaba si había tenido que saltar una valla extra, a lo que Warholm respondía: «Que se joda, les hubiera pasado por encima».
El enojo del bicampeón mundial es entendible. Debe ser frustrante entrenar duro para una competición y que luego ese evento quede truncado por una protesta. También son entendibles los abucheos del público, que paga su entrada para disfrutar de un evento deportivo y no quiere saber nada de reclamos ambientales.
¿Pero ellos son los únicos con derechos? ¿Las personas que quieren vivir en un mundo saludable y justo no tienen derecho a enfadarse? ¿ Y los agricultores y ganaderos de todo el mundo que ven el fruto de su trabajo arruinado por las sequías? ¿Los millones de niños que crecen en un planeta contaminado y en crisis no tienen una voz que los defienda?
Según Warholm sí tienen derecho a protestar, pero «no de esta forma». Es decir, sí que pueden pedir por un mundo más sostenible, pero sin molestar a nadie, o por lo menos sin interrumpir su carrera hacia un nuevo récord del mundo.
Sin embargo, hay algo que Warholm y el público en general debe saber: las protestas deben molestar para lograr su cometido. O dicho de otra forma, si no molestas a nadie no conseguirás nada.
Hace no mucho tiempo, (100 años pasan rápido) en este país se trabajaba hasta 16 horas por día, 6 días a la semana, niños incluidos. La jornada de 8 horas se consiguió después de una huelga de 44 días llevada a cabo por más de 100.000 trabajadores de Barcelona que paralizaron casi por completo la economía de la ciudad. Gracias a ese reclamo molesto, insólito y surrealista, quien escribe estás líneas y muchos de los que las leen pueden disfrutar de algunas horas libres para salir a correr.
Imagino que si Warholm hubiese estado en Barcelona por aquellos años se habría cabreado mucho, habría sentido la protesta como una falta de respeto, se habría quejado de la falta de organización de la ciudad y habría pedido a los obreros de la CNT vayan a reclamar sus derechos a otro lado.
Querido Karsten, vivimos en comunidad. La sociedad no es una suma de individuos autónomos y autosuficientes donde cada uno puede buscar su beneficio propio. Nuestras acciones individuales afectan al conjunto, y es por eso que quienes tienen más posibilidades de enviar un mensaje al mundo también tienen mayor responsabilidad.
Los eventos deportivos se han convertido en una arena mundial que recibe la atención de millones de personas al mismo tiempo. Ciudades y países enteros se paralizan para asistir, ya sea en vivo o a través de una pantalla, a los encuentros deportivos de diferentes disciplinas. Por eso, muchas organizaciones utilizan estos lugares para reclamar por derechos o situaciones que exceden lo estrictamente deportivo.
El ejemplo más famoso de la historia sucedió en los Juegos Olímpicos de México 1968, cuando los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, oro y bronce en la prueba de 200 metros, alzaron su puño envuelto en un guante negro mientras comenzaba el himno nacional estadounidense en señal de protesta por los derechos civiles de los negros.
Smith y Carlos molestaron mucho al Comité Olímpico y al público del estadio. Fueron abucheados, expulsados de la Villa Olímpica y suspendidos del equipo de atletismo norteamericano como sanción disciplinaria. Tuvieron que pasar más de 50 años para que el Salón de la Fama Olímpico de los Estados Unidos los reconozca por su “valentía para defender la igualdad racial”.
No sabemos lo que ocurrirá en 50 años, aunque muchos científicos afirman que el planeta se seguirá calentando y contaminando hasta el punto en que será imposible vivir al aire libre en una gran parte del globo. Más recientemente, el presidente de World Athletics, Sebastian Coe, advirtió que ciudades como Londres no podrán hospedar grandes eventos deportivos debido a la mala calidad del aire.
En este contexto, ¿es vergonzoso, surrealista, insólito e idiota protestar por el cuidado del medio ambiente? ¿O lo más insólito y vergonzoso es que sigamos mirando hacia otro lado?