Era la primera vez que participaba a un evento similar. Hasta entonces no había asistido ni tan siquiera como espectadora a un campeonato en pista. Mi experiencia como corredora se limitaba a las carreras populares por asfalto, lo que se viene a llamar “ruta”, vamos.
En ruta, todos los participantes compiten en la misma prueba, por tanto todo es muy homogéneo: mismo horario de salida y mismo recorrido para todos. En cambio, en un campeonato de estas características se mezclan atletas de diferentes clubs y distintas disciplinas y comparten un espacio limitado y relativamente pequeño. Es un evento mucho más variopinto que las carreras populares a las que estoy habituada y es muy bonito ver el mosaico de colores de los distintos “uniformes” y la complicidad que se respira cuando se cruzan por el recinto atletas de un mismo club.
Encontré muy interesante ver también la gran diferencia en el físico de los participantes y jugué mentalmente a asociar a cada uno de ellos su especialidad: los más robustos, lanzadores de peso; los más altos, saltadores; los más finitos, fondistas o saltadores de vallas…. Había tanta variedad…
Ni el presidente del club ni mi entrenador, por una serie de compromisos previos, podían presenciar el evento. Mi marido y mi hijo, tampoco. ¡Vaya, me iba a sentir huérfana!
Yo estaba convocada para participar en el 5.000 metros femenino; iba muy nerviosa; desde mi club me habían citado a una cierta hora, me dijeron que preguntase por un persona que tendría mi dorsal, ya que, que pasara con el DNI por la mesa de requerimientos unos 15 minutos antes de la prueba… en fin, todo nuevo. Muy diferente, como decía, a las carreras populares.
Por suerte, el presidente del club y su mujer, que es veterana en estos campeonatos y sabe muy bien cómo funciona todo, se organizaron para que tuviera un “ángel de la guarda”. Mi compañera de prueba se encargó de mí y me explicó lo que teníamos que hacer en cada momento. Me dijo como iba el tema de la salida, cómo adelantar, me enseñó dónde estaba el contador de vueltas y me explicó que en la última vuelta de cada corredora tocaban una campanita de aviso. Cosas muy básicas, pero hasta el momento, desconocidas para mí.
Mi grupo estaba formado por 12 chicas, la mayoría muy jovencitas. Todas con sus zapatillas de clavos, menos yo, que competí con zapatillas normales; sin clavos. Ni siquiera excesivamente voladoras. Descarté los clavos pues no es aconsejable correr con ellos sin estar acostumbrado, pues la pisada es diferente, tiene muy poca amortiguación y todo ello me habría provocado, muy probablemente, una sobrecarga en los gemelos.
Salimos con algo de retraso, poco después de las 11h. Me llamó la atención que desde la Federación nos fueron llamando una a una y colocando en la línea de salida en un orden preestablecido. Otra diferencia respecto a las carreras populares en las que el único vínculo, y no en todas las pruebas, es el color del dorsal que indica en qué cajón hay que salir.
Y empezó la prueba.
Mientras corríamos, contemporáneamente se realizaban otras pruebas como salto de longitud masculino, salto de pértiga femenino, 5.000 metros marcha masculino… y en cada vuelta, los espectadores de los saltadores de mi club, desde las gradas, me animaban. Aún sin conocerme, se informaron de mi nombre y me jaleaban. Lo agradecí muchísimo.
Pensaba que me sentiría como un hamster, dando vueltas y más vueltas a la pista para completar los 5 kilómetros, pero debo reconocer que el recorrido en sí no se me hizo pesado. Eso sí, sufrí mucho el sol que hacía ya a esa hora, pues estoy acostumbrada a correr más temprano, con un clima más fresquito.
Además también noté mucho el calor que se desprendía del tartán y que me dejó los pies bien cocidos.
Pensaba que quedaría última, por la falta de experiencia, pero no fue así.
¡Ya tengo mi bautismo en pista!